23 de octubre de 2010

El Último Sueño - Cuento corto

Me miro al espejo y sonrío levemente. Acaricio mi cabello y miro como se apagan mis ojos. La llama inquieta de la vela le da expresividad a mis ojos muertos. Muchas veces me había quedado contemplando mi rostro, mis facciones. Tratando de descubrir el alma escondida tras esa blanca piel. Quieriendo leer mis propios ojos, que son todo un misterio aún para mi. Sin embargo, hay personas que me leen como un libro abierto. ¿Es solamente un juego muy irónico o me estoy escondiendo de mi misma?

Un pétalo que cae en un río caudaloso.
Me aferro a la orilla tratando de alcanzar el pétalo perdido.
Grito de frustración mientras mi impotencia gana terreno.
Escondo la cabeza entre los brazos y lanzo un gemido ahogado.
Una fría lágrima cae y veo el pétalo alejarse.
Blanco y brillante, se pierde en la lejanía.
El caudal no la hunde.
Flota gloriosa sobre la furia de la naturales.

Suspiro y la llama bailotea. La oscuridad circundante es cálida y me recuerda al vientre materno. No soy consciente del mismo, pero la piel recuerda y mi cuerpo se estremece recordando esa sensación única, que nunca en la vida volveré a sentir. Mi mirada se pierde y recuerdo. Una imagen fugaz se presenta. Una sonrisa se furtiva gana terreno en mi rostro. La calidez del exterior se traslado a mi interior y me abrazo a mi misma tratando de retener esa sensación, de cautivar esa calidez, que al final se escapa, que al final me abandona y me sonríe burlona de lejos, como diciéndome: "Me tendrás, pero nunca permanentemente. Te acompañaré pero no quieras dominarme. Yo vendré cuando pueda. O quiera".

Sigo en la orilla.
La noción del tiempo se me ha escapado entre las manos.
¿O simplemente la dejé ir?
Miro distraída al horizonte,
el sol comienza a caer y tiñe el cielo de colores maravilloso.
Las nubes se transforman en lienzos para mis ojos.
Todo podría parecer calmo y perfecto.
Pero arrecia un viento de tormenta.
Miro a todas direcciones, no veo nubarrones.
Me confío y vuelvo a pensar en el pétalo perdido.
Suspiro.

Las horas no pasan. Me levanto para estirar las piernas y paseo por mi habitación. Debería salir, debería dejar ese agujero, tendría que ir a divertirme y borrar de mi mente los recuerdos al menos por un segundo, tratar de eclipsarlos con diversiones esporádicas. Pero salir afuera me asfixia. Observo la luna desde mi ventana. Llegará el momento que vuelva a bañarme con su luz. Parpadeo un momento y me acerco a la vela de nuevo. De pronto me llama la atención la música (que por momentos se convertía en un fondo sin forma en mi pequeño teatro), mis oídos parecen arder, la llama de la vela crece, inunda todo con su luz, siento la calidez en mi piel...

Ha caído la noche.
Me percato de que mis ojos están cerrados.
Quizá estuviera hundida en ese delirante mundo de ensueños.
Siento mi cabello mecerse con el viento
como el vestido de una virgen que pasea un día de tormenta.
Recuerdo una vez más el pétalo y mi desesperación.
La ansiedad renace,
nuevamente me mortifico absurdamente.
Perdida en mi misma, 
de pronto siento una caricia en la espalda.
De mi boca se escapa un suspiro.
Sonrío.

La habitación se transforma y mi corazón se acompasa al ritmo de la música. Apareces ante mi tan claro como la primera vez que te vi. Tan sólido y cálido como la primera vez que te toqué. Tan fuerte como la primera vez que me abrazaste. Apasionado así como la primera vez que me hiciste tuya. Sonríes y me ofreces tu mano. No puedo evitar sentir mi corazón rebosar de alegría. Tu sonrisa es lo más hermoso que me puedes regalar. Olvido la calidez de la oscuridad y me hundo en la luz que se expande. Pero es una luz cándida y discreta, que no eclipsa nuestra vista. Todos los detalles desaparecen y nos perdemos en el otro. Bailamos, la música se hace una con nosotros. Una palabra lo describe todo. Perfecto.

La distracción se transforma en un narcótico absoluto.
El tiempo ya no está,
ahora el espacio se ha perdido también.
El sonido del río llega a mi lejano.
Y siento que me envuelven unos brazos fuertes.
Esa piel cálida hace contacto con la mía
y me estremezco.
De pronto mis labios están prisioneros.
Y en mi delirio,
veo el pétalo blanco.
Brilla de manera hermosa e increíble.
Mi corazón palpita,
me dejo llevar...
Y escucho entonces un trueno.
Mi cuerpo tiembla y caigo en sobre la arena. 
Abro los ojos y solo veo el cielo estrellado,
que pronto es cubierto por nubarrones de tormenta.

Bailamos un rato más, siento cálidas lágrimas recorrer mi mejilla. Me miras complaciente y secas mis lágrimas con un beso. Pero te miro a los ojos y veo un escudo de nuevo. Lejanía, distancia, dolor. De pronto la calidez aumenta y comienzo a sentir que mi piel se quema. Te miro sin entender lo que ocurre. Entonces tu imagen se desvanece y no puedo ocultar mi mueca de confusión. Veo las llamas extenderse por mi habitación, el fuego que traga todo a su paso, la madera crujir y mis sábanas crepitar. Llegó a lanzar un grito ahogado mientras el calor me consume y el fuego me abraza con sus brazos ligeros y potentes. Mis lágrimas se resecan y ya no siento dolor. Abro los ojos, que me duelen, y veo una imagen en medio de la habitación. Un pétalo blanco brilla y se mantiene inerte ante las llamas. Arrastro mi cuerpo hasta ella. Sonrío emocionada cuando la toco, cuando la acaricio. La tomo y la estrecho contra mi pecho. No es el mismo, pero calza a la perfección sobre mi piel.


Ese pedacito de corazón tuyo que me pertenece. El recuerdo de ese trocito de mi corazón que te pertenece.

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