3 de diciembre de 2011

Naturaleza humana

Dualidad, equilibrio y vida, pintura de Karla Rueda López.

Hay algo que siempre me ha molestado mucho de las personas, es de esas cosas que te molestan desde siempre pero que sólo después de un tiempo lográs descifrar exactamente lo que es. Y, en mi caso, me refiero a aquella incapacidad de aceptar la propia dualidad. Que tiene que ser solamente blanco, solamente día, solamente bueno, solamente lindo, solamente "perfecto", o lo contrario. Cualquier extremo es malo, es insano, ¿acaso no ven que la naturaleza toda es una armoniosa e increíble dualidad? ¿Acaso no ven que buscar el equilibrio, el gris, el intermedio más sano para cada uno debería ser la búsqueda de cada uno? Solamente ACEPTAR que la dualidad es parte también de la naturaleza humana nos va a dar un respiro muy grande a todos.

Me voy a referir, ahora, a la imagen del "diablo", del "infierno", instrumentos que la Iglesia Católica inventó para esclavizar a las personas desde tiempos inmemoriales. Este método represor de la capacidad humana de hacer mal y tirarle la culpa a un ente externo (sea cual fuere), ha dado como resultado un montón de gente débil e ingenua. Las personas se horrorizan al ver cómo algunas personas cometen actos de crueldad y se maravillan cuando otros son increíblemente caritativos y bondadosos. En ambos casos se trata de aludir a un ente externo para describir esa don "inhumano" del que goza el individuo en cuestión, reprimiendo por inercia que cualquiera en el mundo, cualquiera puede llegar a esos niveles extremos de bondad o maldad.

Pero, ¿cómo? Todo es equilibrio. En ambos casos, son personas desequilibradas que se fueron cada uno a un extremo diferente. Bulle en cada uno 5 elementos que se manifiestan también en la naturaleza toda, absolutamente en todo, el equilibrio de todas ellas nos da el gris y el desequilibrio nos da cualquiera de los dos extremos de la dualidad. Y es tan bello el gris, el desapego, la serenidad, la paz de mente y espíritu, conectarse con uno mismo. Es en ese momento que uno se da cuenta de lo que es capaz, siente que nada le está vedado y el mundo está en sus manos. ¿Suena pretencioso? No lo es. Porque, íntimamente, cada uno es un dios en potencia. Esa imagen abstracta de las divinidades de distintas religiones no son más que el reflejo de lo más sublime de la capacidad humana, que no se limita a este cuerpo, ni a este mundo, ni a este plano de existencia. Es la naturaleza humana que excede todo lo que la mente es capaz de imaginar.