23 de noviembre de 2010

Príncipe Arlequín

A veces hablas en código.
Otras, en un idioma que no comprendo.
A veces comprendo a medias.
En ocasiones lo entiendo perfecto.
Casi siempre veo una tácita verdad oculta,
oculta sólo por la venda que yo misma he colocado.
Verdad que no es tal,
que es la hija gloriosa de la experiencia y el sentir.
Verdad que se reinventa de un corazón a otro.

A veces extiendes tu mano y me invitas a danzar.
Otras, danzas concentrado en ti y te observo.
A veces me vez bailar perdida en mi, perdida en ti,
y sonríes.
En ocasiones desarmonizamos la danza
y la manipulamos a nuestra manera.
Casi siempre en la arritmia encontramos la armonía.
Y la sincronía nos incita a gozar y seguir danzando.
Una sincronía que es bella en su contradicción,
en su contraste armonioso e inquieto.
En eso especial que logra estrechar nuestras manos.

A veces nos acariciamos suavemente.
Otras, retiras tu mano y te alejas mientras te observo.
A veces regresas silencioso y me estrechas fuertemente.
En ocasiones sonríes lejano y me observas.
Casi siempre yacemos uno junto al otro
(y a veces uno sobre el otro)
Y observamos las estrellas de nuestro cielo.
nos divertimos viendo cómo bailotean.
Reímos y nos sentimos absolutamente cercanos.

Hablas, sientes.
Te escucho, pienso, aprendo.
Siento.
Me vuela la cabeza.
Y la nubes se ven tan esponjosas y de a mentiras
como en mis sueños.
El cielo tiene un nuevo color,
en una realidad más sensible en si misma.
Todo criterio anterior parece de dudosa certeza.
Las reglas se invalidan.
La rebeldía es habitual en nuestro andar.

Estrecho tu mano y me acerco a tu rostro
Me percato de pronto de que ya no llevas máscara alguna.

¿Qué nueva danza aprenderemos hoy
pequeño Príncipe Arlequín?



Davietè
(Can't hate you, dear)

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