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18 de mayo de 2014

Yo te recuerdo

La luna es cómplice y conspiradora, empalidece en su edad de oro y lanza un hálito cálido para revivir lo que yace muerto. La doncella danza y te muestra sus pasos, una y otra vez, incansable: este pie aquí, esta mano allá, la cadera hacia este lado, la cabeza de esta forma. Recuerdas tu cuerpo e intentas imitarla, pero tus huesos chirrían y tu mortalidad cae como pesado testigo de las penas de tu corazón. Quitas el polvo que es tu sangre y la enciendes como pólvora: la doncella queda pasmada y grita. Eres un ardiente monolito de lo que no es y bailas dolorosamente, bailas para volver a la vida, con tus huesos tronando y tus músculos retumbando. Bailas inmerso en fuego para doblegarte a lo que fuiste y recordar lo que eres. Transmutas tu silencio en el agua para bañar a la doncella con luz, aquella luz que tus ojos mostraron por primera y última vez en la insondable oscuridad de tu dolor, aquella luz que la luna te obsequia, que es tuya, que ella conspira para que recuerdes, que ella es cómplice para que te confunda. Tus huesos brillan. Has renacido en una sonrisa eterna. Has dejado de ser para reinventarte y existir, para convertirte en la noche que cobija mis sueños de viajes astrales y lienzos de vidas pasadas.

Yo te recuerdo. Tan bello.





Sí, es para vos. Feliz nacimiento.

17 de mayo de 2014

Yo veo

Tan oscuros tus ojos que están llenos de luz.
Los velos danzan y la llama parpadea.
Has dejado que los miedos bailen en tus pestañas,
las sombras no tienen restricciones y cantas.
Cantas tu olvido y lloras la incertidumbre.
pero yo sigo viendo luz en tu insondable oscuridad.


29 de enero de 2011

En busca del cielo - Cuento corto

"Allí en lo alto, donde brilla el cielo en la oscura noche. Donde el único sonido audible es el rugido de la madre. Allí me encontrarás."

Entonces cerraste los ojos. Y yo abrí los míos. Confusa en mi inocencia, te vi alejarte. Quise seguirte pero ella me abrazó. Lloraba y susurraba tu nombre. Tus enigmáticas palabras resonaban en mi cabeza y no entendía esa enorme sensación de vacío. No entendía el dolor. Sólo era capaz de entender tus brazos rodeándome con fuerza, jugando con mi cabello y riendo con las cosquillas que mis manitas te provocaban.

Salíamos en la noche y dormíamos en el bosque. Me enseñaste los curiosos nombres de las estrellas y se convirtieron en mis guías. El cielo nocturno cubierto de estrellas se transformó en el lienzo donde dibujábamos nuestros sueños, el escenario donde todo era posible. Y una noche en que paseábamos por un lugar muy alto, vimos brillar el cielo a lo lejos. Sonreías y la mirada se te extraviaba. Siempre deseabas tocar el cielo. Anhelabas habitar entre las nubes y poder tocar las estrellas. Vi admiración en tus ojos y aprendí a maravillarme con el cielo infinito que nos echa encima su furia.

Los árboles parecían a punto de ser desprendidos del suelo y se doblaban casi hasta tocar la tierra. Las gotas frías mojaban mi carita tensa, lo único cálido era tu mano aferrando fuertemente la mía, arrastrándome por el oscuro e inquieto bosque, buscando refugio de la ira de la madre. En una cueva oscura nos protegimos. Lloraba por el miedo, por la confusión. Pero tu sonreías. Mirabas la tormenta embelesado, ausente de todo. Me estrechabas con fuerza entre tus brazos, y mirando tu rostro relajado me dormí.

Todo mi miedo volvió cuando ella te gritaba. Te regañaba cruelmente y tú sólo atinabas a bajar la mirada. A veces hablabas lentamente, pero sólo lograbas que ella se enfurezca más. Yo podía llegar a adorar toda la furia de la madre, pero la de ella jamás. Su furia era crueldad. Era el miedo que provocaba en mi. Era la angustia que cargabas en tu rostro.

Y un día, me dijiste esas palabras que nunca dejé de oír en mi mente. Nunca volvía a saber de ti. Un día, decidí dejar mi existencia estática y comencé a buscarte.Allí donde la tierra parecía unirse con el cielo. En ese infinito e inalcanzable horizonte. Donde las montañas se pavoneaban entre las nubes. Veía el cielo estrellado brillar orgulloso, pero la madre siempre estaba calma. Una y otra vez mis solitarias noches se repetían, pero yo no lograda dar contigo. No lograba dar con la paz.

Un frío día, cerca de una blanca y muy alta montaña, vi una tormenta aproximarse. A salvo en una cálida posada, vi un brillo diferente en la eterna noche. Recordé ese día contigo en el bosque. Las estrellas se ocultaban temerosas y la tempestad oscurecía el cielo. La madre rugía y sus gritos resonaban en el cielo, el cielo brillaba con sus latigazos. Ante su imponente furia, todos se encogían de terror. Pero en medio de ese caos, yo sentí alivio. En la oscura habitación, iluminada por la furia de la noche, comprendí al fin tus palabras.

Fui sola, ya que nadie se atrevió a acompañarme. Me dijeron cosas desagradables a las que hice oídos sordos. Tomé mi mochila y fui a buscarte allá en lo alto, donde brillaba el cielo en la oscura noche. Donde el único sonido audible era el rugido de la madre. Allí te encontraría.

Sufrí en el ascenso, pero la recompensa merecía eso y mucho más. Agotada, con el frío calándome hasta los huesos y arrastrándome en la nieve bajo la furiosa tempestad, llegué junto a un solitario árbol que exhibía sus ramas desnudas junto a unas piedras que formaban una pequeña cueva. Mis gemidos enmudecían ante el rugido de la madre y las luces estaban cerca, demasiado cerca. Me debilitaba cada vez más y decidí descansar. Allí, en medio del caos, desfalleciendo por mi intrepidez, sentí la paz que toda mi vida había buscado.

Acurrucándome en la cueva con una débil sonrisa en los labios, sentí algo puntiagudo que sobresalía de la nieve. Con las pocas fuerzas que me quedaban desenterré. Era una caja de metal, que contenía papeles y algunos objetos pequeños. Entre las luces intermitentes reconocí tus trazos. La madre me iluminaba y pude leer tus palabras. Lloré por vez primera desde que te marchaste. Finalmente te había encontrado. Cerrando los ojos, sonriendo de felicidad, dejé que la madre me envolviera en su eterna caricia.


13 de octubre de 2010

Verdadera mentira... Mentirosa verdad.

Quiso cantar, cantar
para olvidar
su verdadera vida de mentiras
y recordar
su mentirosa vida de verdades. 

Epitafio - Octavio Paz.



Una mentira que se escurre en la carne,
se siente como una suave caricia,
como un afecto tierno y sincero que se apasiona al contacto.
Un beso que busca saciarse en la lujuria de un oscuro deseo.
La sed que arde, el ansia que mata de a poco, la agonía que infecta a un alma solitaria.


Una mentira que se traspasa de boca en boca,
de corazón en corazón, de alma en alma.
Una ilusión que mueve cielos, mares y montañas.
Un anhelo que no es más que eso... un ANHELO.
El ansia, la fe, la esperanza.
La ingenuidad, la felicidad, el amor...


Una verdad que palpita letárgicamente en la mente.
Que da puntadas de dolor en el pecho.
Que asa a fuego lento la piel que arde por un deseo insaciable.
Una verdad que envuelve una mentira, que alimenta una ilusión.
Que mata poco a poco a un espíritu solitario.


¿Un problema?
¿Una solución?
¿Demasiado amor?
¿Demasiada ansia?
¿Demasiada soledad...?
¿Demasiada carne, demasiadas palabras lindas?
¿Demasiados espíritus anhelantes de amor?
¿Demasiado febriles por un latir y un "te quiero"?


Tanto amor
puede matar
puede enloquecer
puede sanar
puede resucitar
puede ser lo más bello
puede ser lo más doloroso
puede ser uno solo
puede ser de muchos otros en simultáneo.
Pero nunca puede ser nada.
Nunca puede ser nada...


Pero quiero un segundo que sea solo mío.
Un segundo egoísta que me haga sentir única.
No espinas
No especulaciones
Un segundo auténtico
Que se congele en el infinito universo del amor en mi corazón...